
La increíble historia de Darwin E. Smith y el poder invisible del liderazgo de nivel 5
La expresión “quemar las naves” no es solo una metáfora inspiradora. Es historia. En 1519, Hernán Cortés desembarcó en lo que hoy es México con sus hombres. Poco después de pisar tierra, ordenó quemar los barcos. ¿El mensaje? No hay vuelta atrás. No hay escape. Solo queda una opción: avanzar y conquistar. Ese nivel de compromiso absoluto ha quedado marcado como símbolo de decisiones sin retorno, de apostar todo por un propósito más grande.
Siglos después, en un entorno muy diferente —una sala de juntas corporativa, no un campo de batalla— un hombre callado, de aspecto común, haría algo igual de audaz. Su nombre era Darwin E. Smith, y su historia es una clase maestra de coraje, humildad y visión estratégica.
Un comienzo modesto, una voluntad inusual
Darwin nació en 1926 en Garrett, Indiana, un pequeño pueblo sin grandes pretensiones. Su familia era trabajadora y humilde. Nada en su entorno hacía prever que llegaría a dirigir una de las mayores empresas del mundo. Fue el primero de su familia en ir a la universidad. Estudió en Indiana University, donde se graduó con honores en 1950, y luego obtuvo su título de abogado en la prestigiosa Harvard Law School, graduándose cum laude en 1955.
Podía haberse quedado en el cómodo mundo legal. Ingresó a un bufete respetado, Sidley, Austin, Burgess & Smith, en Chicago. Pero algo dentro de él buscaba otra cosa. En 1958, se incorporó al departamento legal de Kimberly-Clark. Su salario: $15,000 al año. Su plan: ganar algo de experiencia y luego volver al mundo del derecho corporativo. Pero como tantas veces pasa con las grandes historias, el plan cambió.
Darwin no parecía hecho para la cima. Era tranquilo, reservado, casi invisible. No tenía ni la presencia magnética ni el estilo agresivo que suelen asociarse al liderazgo. Y sin embargo, fue ascendiendo. No por carisma, sino por capacidad. Por visión. Por integridad. Por lo que muchos no ven: una voluntad feroz envuelta en modestia.
El momento de quemar las naves
Cuando fue nombrado CEO de Kimberly-Clark en 1971, la empresa estaba en serios problemas. Su negocio histórico —el papel para imprenta— estaba muriendo. Los márgenes eran bajos, el mercado se contraía y todo indicaba un futuro cuesta abajo. Lo fácil habría sido aguantar. Esperar. Resistir. Jugar seguro.
Pero Darwin hizo lo contrario.
Vendió todas las fábricas de papel. Sí, todas. Aquello por lo que Kimberly-Clark era conocida, su identidad durante casi un siglo… lo dejó ir. Muchos lo consideraron una locura. Pero él no buscaba preservar el pasado, sino conquistar el futuro.
Con el capital liberado, reinvirtió en marcas de consumo con alto potencial:
- Kleenex, que se consolidó como el pañuelo desechable más famoso del planeta.
- Huggies, que rápidamente le disputó el mercado a Pampers, de la todopoderosa Procter & Gamble.
- Y hasta Midwest Express, una aerolínea lanzada con recursos internos, que años después les dio más de 40 millones de dólares al venderla.
El resultado: Kimberly-Clark superó en rentabilidad al mercado en más del triple durante los siguientes 15 años. Y se convirtió en líder global en productos de higiene y consumo.
Lo extraordinario es cómo lo hizo: sin ruido, sin egos inflados, sin titulares. Darwin E. Smith no fue nunca una estrella de portada. Y, sin embargo, dejó una huella más profunda que la mayoría de los CEOs que sí lo fueron.
La investigación que lo cambió todo
El autor e investigador Jim Collins, en su libro Good to Great, se propuso encontrar qué hacía que algunas empresas buenas se volvieran extraordinarias. Analizó 1.435 compañías a lo largo de décadas y encontró solo 11 que cumplieron con ese salto sostenible en el tiempo.
Al observar a los líderes detrás de esas transformaciones, Collins esperaba encontrar titanes del ego, CEOs tipo “rockstar”, visionarios al estilo Steve Jobs o Jack Welch. Pero no. Lo que encontró fue todo lo contrario:
“Los grandes no eran ruidosos. Eran serenos. No eran famosos. Eran efectivos. Tenían un nivel de ambición descomunal, pero no por ellos mismos… sino por su empresa.”
Collins llamó a esto liderazgo de nivel 5. Y entre todos los casos que estudió, hubo uno que lo marcó especialmente: Darwin E. Smith.
¿Qué es el liderazgo de nivel 5?
Este tipo de liderazgo no es común. Es incluso contracultural y contraintuitivo. Va en contra de lo que el mundo corporativo suele admirar. Pero es, según Collins, el secreto que diferencia a los líderes buenos… de los legendarios.
Un líder de nivel 5 combina dos fuerzas que raramente conviven:
- Humildad personal extrema
- No busca protagonismo.
- No se adjudica los logros, los atribuye al equipo o a la suerte.
- No tiene necesidad de impresionar.
- Voluntad profesional feroz
- Está completamente comprometido con el éxito de la organización.
- Toma decisiones difíciles sin temblar.
- Sabe cuándo cambiar el rumbo, incluso si eso significa destruir el legado anterior.
En palabras de Collins:
“Pocas personas conocían su nombre, pero todos se beneficiaron de su liderazgo”.
Darwin E. Smith fue eso. Un hombre que no parecía CEO, pero cambió una compañía entera. Un líder que no levantó la voz, pero que tomó una de las decisiones más valientes de la historia empresarial. Un abogado tranquilo que se enfrentó a gigantes globales… y ganó.
La gran lección
Muchos creen que para liderar hay que ser el más visible, el más fuerte, el más seguro. Pero la historia de Darwin E. Smith demuestra que el verdadero poder está en el carácter, en el coraje silencioso, en la visión sin arrogancia.
Y sobre todo, en entender cuándo quemar las naves.
Porque un barco está seguro en el puerto… pero no fue hecho para quedarse allí.
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